Mi reciente estancia en el RV Hotel Ametlla Mar ha sido, por desgracia, una gran decepción. Lo que en su momento debió de ser un hotel atractivo y con aspiraciones, hoy se presenta como un “quiero y no puedo” que no ha sabido adaptarse a los estándares actuales. La categoría que ostenta está claramente por encima de la experiencia que ofrece. Las habitaciones dejan mucho que desear: sucias, con un mobiliario anticuado que parece sacado de una época que ya no inspira nostalgia sino abandono. Los cuartos de baño, en un estado lamentable, carecen del mínimo cuidado que se esperaría incluso en establecimientos de menor categoría. El buffet no escapa a la tónica general: variedad justita y una calidad que roza lo mediocre. Mención especial (y no en el buen sentido) para los zumos del desayuno: agua coloreada con sabor artificial sería una descripción más fiel que “zumo”. En las zonas comunes y exteriores, la experiencia se ve empañada por una auténtica plaga de mosquitos, que arruina cualquier intento de disfrutar al aire libre. Es sorprendente que no se haya hecho una intervención seria al respecto, siendo un problema fácilmente tratable. Ahora bien, no todo es negativo. La piscina exterior es, sin duda, el punto más fuerte del hotel, amplia y agradable. Y no puedo dejar de destacar al personal, amable, cercano y dispuesto, que se esfuerza por crear un ambiente acogedor y ofrecer actividades tanto para adultos como para niños. Ellos son, sin duda, el mayor valor que el hotel tiene hoy en día. Lo frustrante es que mejorar no está tan lejos. Con una inversión moderada en renovación y mantenimiento, este lugar podría recuperar el nivel que alguna vez tuvo y estar a la altura de las expectativas que genera su categoría. En resumen, hotel necesita una renovación urgente y una mirada honesta hacia lo que hoy ofrece. No basta con vivir del nombre ni de las instalaciones pasadas: el turismo actual exige calidad real, no solo promesas.
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